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El Jardín de Juegos

De las fuentes adornadas con infinito detalle y esmero parecía a la luz del intenso sol del mediodía que brotaban brillantes diamantes, que después precipitaban en un pantano lleno de lirios color amanecer, cielo y nieve. Sobre sus brillantes hojas de vez en cuando saltaban pequeñas ranas que disturbaban el agua al salir o entrar en ella. Nadaban haciendo figuras mágicas con las ondas que resultaban de su movimiento. Y solo de vez en cuando se alteraban al ver una blanca mano traviesa acercarse para tocarlas. Esmeralda jugueteaba con esos pequeños animalitos, inclinada demasiado cerca del fondo. Su vestido veraniego blanco corría peligro de mancharse y estaba a punto de adquirir otra gama de colores cuando una rana estaba por saltar sobre la niña llevando consigo un lazo de agua. Más que triste por su vestido arruinado la niña se dispuso a llorar del susto que ese bicho le había proporcionado.

Se quedó así unos minutos hasta que se le pasó y una mariposa grande y anaranjada la distrajo de su angustia. La siguió despacio, a distancia para no espantarla, y cuando la vio posarse en la flor de una orquídea sus manos se abalanzaron sobre ella en un fallido intento de atraparla.

La hermosa criatura se escapó de la vista de Esmeralda cuyo próximo juego serían los grandes adoquines de un camino que conducía hacia una bella construcción de mármol. Sus pequeños pies saltaban con gracia y leve torpeza sobre las piedras avanzando de forma aleatoria “una pierna, dos piernas, una, una, dos…” iba y volvía, de esta forma varia veces hasta que se cansó y entró en el pequeño mirador que ofrecía una agradable sombra.

Estaba rodeado de árboles de mil colores que desprendían un olor fresco y dulce que llenaba los pulmones de la pequeña traviesa. Primero acercó su pálida nariz a las moradas flores de la rama de una lila, después al limonero cuyas blanquecinas flores hacían juego con el vestidito ya seco de nuevo de la niña. Más tarde aspiró el olor de un tilo, y así hasta conocer a todos los aromas de las flores que la rodeaban. Se tumbó en la blanca y fría roca que la refrescaba en ese caluroso día y contemplado a las escasas nubes recorrer el claro cielo fue quedándose dormida. Habrá pasado una hora cuando Esmeralda despertó de su sueño, se frotó los ojos con sus pequeñas y suaves manos y abandonó la caseta en busca de su próxima aventura.

No muy lejos de ahí encontró un mosaico grande en forma de ramo de flores. Sus dedos pasaron por las grietas entre las coloridas piedras. El juego ahora consistía en tocar cada trocito del mosaico de un mismo color, después de otro, el que menos se veía. ¡Qué alegría le suponía encontrar otro cuadradito del color que buscaba justo cuando pensaba que no había más! Después saltó sobre el mosaico, dio giros haciendo que la falda de su vestido bailase con ella, se subió en una piedra alta para ver mejor el dibujo del ramo de flores que tanto le fascinaba. Y luego se fue.

Dando saltitos por el jardín, observándolo todo con ojos de curiosidad se paró al ver en una pequeña parcela unos frutos rojos entre florecitas blancas. Corriendo fue a coger la fresa más grande que había y la metió de una es su boca, ¡qué dulce le sabía! Le siguió una más, y otra, y otra, hasta que solo quedaron las verdes que no estaban listas y las flores. Queriendo más a la niña le surgió una duda, ¿y si probaba las verdes? Con desconfianza cogió una y le dio un pequeño mordisco, ante la falta de dulzura lo escupió y se fue de ahí habiendo aprendido una cosa más.

Su siguiente parada fue un jardín de piedrecitas de donde brotaban algunas flores y arbustos. Se quedó rebuscando entre los colores y formas, buscando la que más le gustaba. Toqueteando las planas, jugando con las redondas, empezó a hacer torres y pequeñas construcciones que se derrumbaban y volvían a levantarse cada minuto. Luego las adornó con las diminutas plantas y flores que se encontraban cerca de ella. Cuando se había divertido lo suficiente también se fue de ahí.

A esto le seguiría la parte del jardín que más le gustaría a Esmeralda. Una pradera con arbustos en forma de animales. Había pavos reales cuyas colas abiertas constaban de flores azules y amarillas, caballos y elefantes a los que intentaría subirse sin éxito porque ella era muy bajita, aunque en sus ojos, ellos eran muy altos. Había monos con los que hablaba, y una familia de cisnes para la cual inventó toda una historia. El grande era el padre y estaba con los pequeños cisnes mientras la madre buscaba comida y por eso no estaba pero volvería en cualquier momento, los pequeños cisnes jugaban al escondite y eran 5 pero se veían solo 3 porque los otros 2 estaban escondidos. Y con esa idea se fue a buscar a los cisnes que faltaban. Y al final encontró lo que eran 2 arbustos en forma de patitos que decidió que eran los cisnes escondidos.

Así se quedó viviendo sus historias imaginarias hasta que escuchó la voz familiar de su madre. Y juntas se fueron del bello jardín que la niña nunca olvidaría, su jardín de juegos.

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