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El Pequeño Sapito

Erase una vez un sapo muy muy pequeño que vivía en un enorme y muy verde pantano, lleno de otros sapos, animales y ranas grandes que saltaban de un lado para otro y se zambullían en el agua; así formaban grandes burbujas gracias a algunas plantas que se disolvían en el agua en espuma. Cuanto más grande era el sapo que se tiraba al agua, más grandes eran las burbujas que empezaban a flotar en el aire alrededor de los aros crecientes del pantano tras la caída. En una de estas el pequeño sapito estaba nadando tranquilamente por ahí cuando una gran rana se zambulló en el agua a su lado y lo levantó en una enorme burbuja que volando se llevó a su prisionero sin ni siquiera temblar bajo su peso. El viento elevó tanto al sapito y se lo estaba llevando tan lejos que el pobre animalito empezó a pensar que nunca podría volver a su hogar. Pero, si no salía de la burbuja daría igual ya que, de otro modo, se moriría de hambre y de sed ahí dentro. La brisa lo mantenía siempre en lo alto del cielo, pero cada vez que bajaba un poco, lo suficiente para no matarse en la caída, el sapito intentaba romper la burbuja y liberarse de su prisión. Pero era inútil, era demasiado pequeño, y la burbuja era demasiado grande y fuerte.

El vendaval se llevó al sapito muy muy lejos y desde lo alto le permitió ver increíbles maravillas. Vio un desierto de arena tan tan fina que era blanca y se levantaba con la más mínima brisa. De haber habido una mosca ahí se habría levantado una tormenta de arena. Vio un bosque muy muy verde, lleno de hojas enormes. Pero estaba infestado de una plaga que se las comía y con los mordiscos dibujaba formas y adornos tan finos y elaborados que parecían hechos por un artista. El conjunto de los árboles decorados parecía extraído de un mundo mágico.

Desde lo alto también contempló un prado enorme lleno solo de flores rojas. Era tan grande y misterioso en su unicolor que el sapito quiso bajar y rozar contra los brillantes pétalos, rompiendo la burbuja y quedándose ahí para siempre. Y como si una fuerza superior quisiera cumplir su deseo se vio descendiendo más y más cerca a las flores. Pero cuando estaba a punto de tocarlas los pétalos rojos se abrieron y echaron a volar. Eran mariposas y el viento de sus alas impulsó la burbuja hacia el cielo de nuevo. Triste y decepcionado el sapito volvió a mirar hacia abajo y le sorprendió la imagen más extraordinaria del mundo. Como en una ola las rojas mariposas se levantaban de las flores que debajo eran blancas como la nieve, que parecía eso un paisaje invernal. Después volvían a posarse en los pétalos las cardenales mariposas en otra ola inmensa y hermosa que de nuevo escondía el ausente color de las flores.

En su largo viaje el sapito también conoció a mucha gente a la que pidió que le liberaran. Una vez entró en la tienda de un circo y vio de pie a un hombre vestido de rojo, blanco y negro con un alto sombrero y una gran sonrisa.

-¿Discúlpeme señor, podría usted liberarme de esta burbuja? – preguntó educado el sapito.

-¿Pero, qué tenemos aquí? ¿Un sapito en una burbuja? Mira, sapito, yo te voy a liberar pero a cambio tú te tienes que quedar aquí y trabajar para mí en mi circo.

-Pero yo tengo que volver a mi pantano.

-Pues entonces no te libero - dijo el señor y echó a andar pasando al lado de un elefante gigantesco atado a una fina cuerda que solo podría sujetar a un bebé de elefante.

-¡Cuidado! - gritó el sapito pensando que el gigante rompería la cuerda para liberarse y aplastaría a su carcelero.

-No te preocupes, este elefante nació aquí y ha estado atado a esta cuerda desde que era una cría. Intentó liberarse tantas veces sin éxito que ya no se le ocurre poder romperla, aunque haya crecido. Además, si por error la rompiese, solo se quedaría ahí esperando a ser atado de nuevo - replicó el señor y se fue.

El sapito, muy extrañado, continuó su vuelo. La siguiente persona a la que vio fue un señor muy viejo y de pinta pobre, pero con una sonrisa y energía sorprendentes.

-Discúlpeme, señor, podría usted liberarme de esta burbuja.

-Por supuesto - contestó el hombre - Yo soy un mago y como tal te voy a liberar con magia.

Y al decir eso el mago empezó a hacer figuras con las manos y señalar a la burbuja, pero nada pasaba. Ni sus gestos ni sus conjuros hacían nada.

“Pobre hombre” pensó el sapito “ya está tan viejo y tan loco que se cree mago”. Pero justo cuando el hombre estaba por rendirse se dio la vuelta, un rayo escapó su manga y le dio a un árbol cercano.

-¡Ayy, no de nuevo! Lo siento sapito, soy un mago y puedo hacer magia pero no sé cómo.

-Usted es un mago que no sabe hacer magia - repitió el sapito asombrado.

-Así es, no puedo ayudarte - dijo y se fue.

Ya el sapito, casi desesperado del todo, no pensaba que iba a salir de su burbuja y volver a su pantano. Pero vio debajo de un árbol a un muchacho, con la mirada en las nubes y una triste sonrisa.

-Discúlpeme señor, ¿podría usted ayudarme? Estoy atrapado en esta burbuja y no puedo salir.

-Ayy, sapito… - dijo el muchacho - ojala estar yo en una burbuja y poder escapar el mundo y mi corazón que ya no me deja vivir en paz… No desde que vio a la bella princesa.

-¿Qué princesa? - preguntó curioso el sapito.

-Es bien sabido que en esta tierra gobierna un rey muy bueno pero muy protector, que no quiere casar a su hija, la princesa. Si alguien desea su mano, él ha de cumplir tres tareas imposibles, y si falla una, se lo llevan a la cárcel. Nadie se atreve intentar siquiera umplir las tareas.

-Dime, ¿cuáles son las tareas?

-Es sabido por todos que el futuro marido de la princesa ha de ser valiente y poder pasearse al lado de un gigante sujeto por no más de una frágil cuerda. Ha de ser poderoso y hacer que la naturaleza le obedezca. Y ha de tener súbditos únicos e increíbles que nadie más tenga. Pero yo, que soy pobre y nada poderoso ni valiente, nunca podré casarme con la princesa.

El sapito se quedó pensativo un momento y dijo:

-Escucha muchacho, ¿si yo te ayudo a conseguir a la princesa, me vas a liberar y devolver a mi pantano?

El chico saltó de alegría y sin pensarlo ni un segundo atrapó la burbuja en sus manos liberando al sapito.

-Dime qué tengo que hacer – dijo emocionado.

-Primero tenemos que ir a circo.

-¿Al circo?

-Sí, vamos a hacer de ti un hombre valiente, y si alguien te pregunta, tú eres el príncipe, heredero al trono y muy generoso.

Echó a andar el joven decidido con el sapito en su hombro hacia el circo. Nada más llegar ahí el maestro de ceremonias reconoció al sapito.

-¡Aahh, eres tú de nuevo! Veo que alguien te ha liberado. ¿Quién es este pobre muchacho?

-¿Pobre? No señor, este es el príncipe, heredero al trono que viene aquí a comprar su elefante por una gran recompensa.

-Él no puede ser un príncipe. ¿Por qué va vestido así?

-Señor, de haber salido con mi usual vestimenta me habrían robado y matado.

-¿Y por qué no vino con su carro y guardias?

-Señor, hoy es fiesta y no quise separarles de sus familias. Pues, si no sé ser bueno con mis súbditos, ¿cómo les voy a pedir lealtad cuando esté en el trono?

-¿Y por qué quiere mi elefante?

-Es una sorpresa para el reino, señor.

-¿Y cómo me va a pagar? ¿Ha traído dinero?

-Señor, he venido sin carro y no tuve con qué traer todo el dinero que le debo por ese elefante, pues le quiero dar su peso en oro. En un par de días vendré con 4 carros llenos de oro para usted.

Muy satisfecho con esa respuesta y sin pensarlo mucho más, el maestro de ceremonias entregó el elefante atado a la cuerda al joven. No sabía el muchacho si confiarse pero el sapito era muy convincente de que el animal no rompería a la cuerda ni lo aplastaría, así que su temblorosa mano la tomó y se marcharon.

-Ahora vamos al palacio a mostrarle esto al rey.

-¿Y las otras dos tareas?

-Él estará tan asombrado que durará su asombro hasta mañana cuando cumlirás la sguiente prueba.

Dicho y hecho. Llevaron el elefante al palacio del rey y no les fue difícil entrar, nadie se atrevía a detener al matador de gigantes. La princesa estaba encantada de tener un admirador tan valiente. Y el rey, asombrado y aterrado, tuvo que conceder otro día al muchacho para las otras dos tareas.

-Mi rey – empezó a decir el muchacho las palabras que el sapito le susurraba – mañana me gustaría que usted y su hija me acompañen en un día de campo para que veáis cómo hago que la madre naturaleza, que a todos nos ha creado, obedece cada orden que le doy.

Emocionados y curiosos el rey y la princesa aceptaron y la cita fue pactada. El joven no tenía idea de cómo iba a satisfacer la petición del rey, pero el sapito le tranquilizó.

-Tú irás donde yo te diga y no tendrás que hacer más que levantar un dedo para dejar a todos sin palabras.

En la mañana, se montaron el rey, la princesa, el joven y un par de guardias en el carro real y partieron hacia donde el joven les indicaba. Mas éste solamente repetía las indicaciones que le daba el pequeño sapito por lo bajo.

-Ya casi hemos llegado. Princesa, ¿ve usted esa bella pradera con flores más rojas que el alba? Ni por asomo se acercan a su belleza pero si hay algo que pudiera hacer que se parezcan más a usted eso sería que las flores se tornasen blancas.

-Pero si eso es imposible – contestó la princesa riendo.

-Solo por usted mi princesa voy a hacer que ocurra – repitió el joven tras el sapito, por dentro tan asombrado como la princesa.

Cuando se detuvo el carro todos bajaron y fijaron sus miradas en el muchacho que nervioso aguardaba las instrucciones del sapito.

-Acércate despacio a las flores y cuando estés a un brazo de distancia extiende tu dedo para acariciar un pétalo. Y mientras haces eso di:

-¡Flores, haced volar el rojo de vuestros pétalos y tornados blancas para mi princesa!

De nuevo se levantaron las mariposas en vuelo destapando los verdaderos pétalos blancos de las flores. Y todavía duraba el asombro de todos cuando volvieron a posarse haciendo la pradera roja como antes.

De nuevo el rey, muy asombrado y aterrado de que tendrá que casar a su hija tuvo que conceder otro día al muchacho para la última prueba.

-Sapito, - dijo el muchacho cuando estaban ya a solas – ¿dónde voy a encontrar un súbdito? Y por si fuera poco, uno que no tenga igual.

-No te preocupes – dijo el sapito – vamos, que te voy a presentar a alguien.

Anduvieron toda la tarde y ya pensaba el pequeño animal que se habían perdido cuando vio un árbol que parecía haber sido golpeado por un rayo y supo que habían llegado.

-¡Mago! ¡¿Dónde estás, mago?! – empezó a gritar y vio al viejo hombre aparecer de un salto de detrás de una gran roca que había por ahí.

-Aahh, sapito. Veo que alguien ha sabido ayudarte más que yo. ¿Qué puedo hacer por ti?

-Necesito que seas el súbdito de mi pobre amigo por un día, si lo haces él te hará mago real de la corte, pues será el futuro rey.

Pero, antes de que el hombre aceptase el muchacho llevó al sapito a un lado y le susurró:

-Sapito, hay muchos reyes y príncipes que tienen magos, él no sería un súbdito sin otro igual.

-No te preocupes – contestole el sapito – este es un mago especial, es un mago que no sabe hacer magia.

-En tal caso es solo un hombre normal, tampoco serviría.

-Si fuera un hombre normal, además de no saber hacer magia, no podría hacer magia.

Estuvo muy confundido el joven pero, ya que no tenía razón para no creer al sapito, estuvo de acuerdo y se marcharon los tres a pasar la noche antes de visitar al rey en su palacio por la mañana.

Nada más empezaron los rayos del sol a acariciar el horizonte el muchacho despertó al mago y el sapito, lleno de emoción.

-Vamos, que hoy el rey me dará su bendición para casarme con su hija.

Nadie les detuvo en las puertas del palacio, esta vez no por miedo sino de admiración. Todos querían que éste increíble joven fuera su futuro rey.

-Esta es tu última prueba chico – dijo el rey – si fallas te voy a tirar en el calabozo por perder mi tiempo y nunca te casarás con mi hija.

-No se preocupe mi señor, aquí le traigo a mi súbdito, el mago que puede hacer magia pero no sabe cómo – contestó el muchacho señalando al viejo hombre con ambas manos sudorosas de los nervios. No sabía qué esperar.

El mago empezó a hacer gestos y figuras con los dedos y a decir palabras indescifrables y conjuros, pero nada pasaba. Con cada minuto el chico se ponía más y más nervioso, el rey más y más furioso y la princesa más y más triste.

-¡Basta ya! – Gritó el rey de repente – no te vas a burlar de mí en mi palacio. Guardias, tiradle al calabozo.

Y estaban a punto de hacerlo cuando de las manos del mago empezaron a salir chispas que al tocar los guardias les convertían el ratas. Brillantes, no dejaban de saltar de las alegres manos del mago y cuantos más guardias se acercaban a detenerle más ratas aparecían en el suelo de mármol. Furioso el rey quiso llevarse a su hija de ahí por miedo de que la tocara una chispa y por vergüenza de haberse equivocado y tener que casarla con ese muchacho tan pobre. Y estaban por salir cuando la última chispa escapó la manga del mago y rozó al rey que cayó al suelo convertido en un ratón con una diminuta corona.

-Lo siento – se disculpó el mago – me voy a llevar a todas los que han caído y voy a intentar convertirles en personas de nuevo – y diciendo eso se los llevó a todos en una bolsa y al rey en su hombro.

Mientras, la princesa se acercó al muchacho, que estaba muy aturdido por la escena y lleno de miedo y tristeza de que ella le haría marcharse por convertir su padre en un ratón.

-Tú, tú cumpliste las tres tareas. Y aunque bien es verdad que hiciste un desastre en mi palacio una promesa es una promesa; y yo tengo fe que el mago devolverá a mi padre su cuerpo de hombre. Hasta entonces tú serás el rey y yo tu reina.

El chico no podía creer sus oídos, y le hubiera gustado hacer la boda ese mismo día pero todavía tenía una última cosa que hacer. Salió fuera y sacó al sapito de donde le tenía escondido.

-Muchas gracias sapito, me has ayudado mucho. Ahora te tengo que llevar de vuelta a tu pantano pero, ¿de verdad que no te quieres quedarte conmigo en el palacio? Te prometo darte todo lo que quieres, pues todo lo que quiero yo me lo has dado tú.

-Gracias pero, yo quiero volver a mi hogar y tu siempre puedes venir a visitarme a mi pantano – le contestó el sapito.

Y mientras se marchaban, en el jardín se había escapado una rata de la bolsa del mago y corriendo en frente del elefante del circo le asustó tanto que le hizo echar a correr y por fin rompió la cadena.


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