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EL CUADRO

Actualizado: 22 may 2020

Iba paseando por las calles de Roma bañadas en la luz del sol. Cada adoquín brillaba en un tono amarillento y cálido. La ciudad parecía un museo gigante, puentes y teatros clásicos, ruinas de construcciones bellísimas que parecían sacadas de un cuento de fantasía. Los árboles aportaban una frescura agradable y purificaban el aire que respiraba. Era pronto en la mañana y solo algunas personas estaban fuera de sus casas, los pájaros cantaban alegremente y el aroma de café y bollería perfumaba las plazas por las que pasaba. Con su canción favorita sonando en sus oídos caminaba decidida hacia su lugar favorito. “Felicità” entonaba perfectamente con el ambiente y su humor, en ese momento no podía sentirse más feliz. Todo a su alrededor era perfecto, ahí y entonces. Sentía la inspiración llenarla desde su corazón hasta sus dedos que deseaban coger un pincel.


Al llegar a Villa Borghese la canción se había cambiado. Ahora le llenaba el alma “Con Te Partiro”. Preparó su lienzo y su pintura, sus pinceles. Cuando estaba lista miró el paisaje que se mostraba majestuoso ante sus ojos. El agua brillaba con los coloridos reflejos de las flores que la rodeaba. La solitaria construcción de cuatro columnas jónicas parecía admirarse en el lago inquieto que balanceaba pequeñas barcas con bellas parejas. Perséfone ya había regresado del hades y su magia encantaba todo alrededor de la joven pintora. Manchó de pintura uno de los pinceles y comenzó a plasmar, con pequeñas pinceladas de color pastel, el armónico paisaje sobre el albo lienzo.


Toda preocupación desapareció de su mente. Ahí estaban ella, el paisaje, el lienzo y la música. La canción se vertía de los pulmones de Andrea Bocelli en el corazón de la muchacha como un río caudaloso que se convierte en una cascada. Ni siquiera paraba para mirar el reloj de aguja de su abuela que llevaba en la muñeca y que había ido dejando una marca blanca en su piel con el tiempo. Las sombras se movía lentamente con el transcurso de las horas. Algunas personas se habían parado a admirar la pieza que estaba por crear esa aficionada algo impresionista y habían reanudado su camino. Una vez terminado el cuadro ella lo miró. Algunas correcciones, unas cuantas pinceladas más, un último vistazo crítico… ¡Ya está! El cuadro está concluido y es hermoso.


Solo al asegurarse que su obra estaba lista sintió el cansancio y todo el esfuerzo y energía que le había bebido su creación. No había comido en horas y tanto tiempo de pie había cansado sus piernas. Experimentaba un ligero dolor en su mano de haber estado alzada durante todo el proceso. Pero se sentía tan satisfecha y feliz que esos pequeños malestares solo la llenaban de orgullo. Recogió sus cosas y envolvió con cuidado el cuadro que portaba su firma. Se fue del jardín que ahora conocía mejor que nunca y emprendió la búsqueda de un lugar donde descansar y comer. Se sentó en el primer café que vio y pidió uno, con un trozo de tiramisú para acompañarlo. No había nada como el café y esa deliciosa tarta italiana. Apreciaba cada pizca del país porque era todo lo que siempre quiso y por fin tuvo.


A pesar de su patriotismo siempre había querido explorar y ver mundo, estudiar fuera y trabajar fuera, vivir en cualquier país que la acogería. Había hecho turismo por todos los continentes pero nada la inspiraba más que Roma. Todos los sitios que visitaba dejaban su marca y un deseo de volver pero solo Roma se sentía como un segundo hogar para ella. Cuando había terminado de reponer fuerzas pagó su cuenta y se marchó de vuelta a su casa distraída por la belleza de lo que antes había sido el centro del mayor imperio del mundo.


Ya estaba en la puerta de su apartamento y a punto de introducir su llave en la cerradura cuando sintió como se le helaba la sangre. El cuadro… lo había dejado en el café. Regresó corriendo, con el corazón y la mente en preocupación y agonía. Por fin llegó y entró jadeante. Miró por todos los rincones y mesas, preguntó a los camareros… nada. El cuadro había desaparecido. No podía evitar culparse. Cada obra era como un hijo y ella acaba de perder una. ¿Dónde podría estar? Lo habrá cogido alguien para poner su nombre y venderlo por unos pocos euros… No soportaba ese pensamiento, volvió a su casa cabizbaja y con el rostro enrojecido por el llanto.


Esa noche las lágrimas se vertían de sus ojos como si quisiesen formar un nuevo mar. Los días siguientes no pintó. Intentaba olvidar lo sucedido pero la frustración era demasiado grande. Siempre había querido pintar justo ese paisaje, justo como lo pintó. Y lo perdió. Sus amigas le intentaban animar de todas las formas posibles, en el cine, en una fiesta, en una galería… Pero a pesar de que esas cosas la distraían de su angustia luego volvía a sentir ese pesar que no la dejaba tranquila. Y no quería pisar una galería. Lo que antes era uno de sus hobbies preferidos ahora era un recuerdo de su desgracia. Por eso su amiga iba sola, a su compañera en la aventura que es ser pintora le rompía el corazón verla así. Antes solían ir juntas a todos los museos y exhibiciones de cuadros en la ciudad, pero ahora intentaba disfrutar de éstas sola.


Un día la triste artista fue invitada a un café por su amiga. Seguramente otro más de sus intentos de animarla. Se sentaron, y charlaron sobre el tiempo, las noticias, lo típico. Después de unos minutos de charla su amiga le dijo que la había invitado para presentarle a alguien. La sorpresa de la chica era máxima, ella al borde de una depresión y su amiga intentando encontrarle novio. Vio cómo le hacía un gesto a un hombre joven y apuesto sentado en la mesa vecina, éste se levantó para coger una silla y sentarse junto a ellas. Esperaba una presentación o un piropo pero en vez de eso la sorprendió la frase “Sé dónde está tu cuadro.” escapar la boca de joven.

Un calor incontrolable la invadió junto con mil preguntas e ilusiones. Su amiga y el muchacho se levantaron y la hicieron acompañarlos hasta un coche que les llevó hasta un edificio familiar. Escuchaba las explicaciones de la pareja que le estaba devolviendo la vida en meros instante sin poder decir nada. Al entrar en el edificio y tras recorrer varias salas entraron en una habitación amplia y llena de cuadros, y en una pared solitaria se alzaba su obra, aún más hermosa de lo que recordaba.

La muchacha lloró y rió de alegría. Pues resultaba que ese hombre proporcionaba cuadros a su galería favorita y había encontrado su cuadro en el café. E impresionado por su belleza lo había llevado a exhibir. Así lo encontró su mejor amiga que reconoció la firma de la pintora e informó al muchacho para que devolviera el cuadro a su propietaria. La chica se reía, no solo había encontrado su cuadro, sino que también estaba en su galería favorita. Y se acordó de una de sus frases preferidas: “no hay mal que por bien no venga”.

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